Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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En 1976, la estrategia que desarrolla Antoni Martí para visibilizar esta agonía es hacerlo desde la perspectiva, precisamente, de la imaginación, y le fue bastante fácil reconstituir ficcionalmente la famosa operación en el Pardo apoyándose en el relato oficial combinado con esos rumores y una fuerte dosis de fantasía. Lo va a hacer a partir de una feroz voluntad desmitificadora que pone al descubierto un «cuerpo natural» degradado librado a las manos profanadoras de las enfermeras y de un marqués-cirujano más preocupados por la seducción y el sexo que por el pobre enfermo yaciente en medio de ellos. Un «cuerpo natural» cuya abyección es ilustrada por su cabeza, que es en realidad la de un puerco (auténtico). Totalmente inerte, el Caudillo solo reacciona cuando se le coloca en el bajo vientre la «mano de Teresa de Jesús» (representación de la famosa reliquia que el Generalísimo tuvo a su lado hasta el final) en una especie de vibración semejante a una erección que provoca el regocijo de los presentes. El radiante marqués, con pañoleta roja de lunares blancos, a juego con un pequeño rebozo que deja sus hombros y vientre al desnudo, y un short de la misma tela, dirige la operación con unos gestos y comentarios jocosos en un ambiente de alegre profanación: los asistentes fuman, beben, se ríen o se besan mientras que el cuerpo apático del cabdil, en medio de lo que se parece cada vez más a una sangrienta carnicería, es cada vez menos atendido por los médicos y enfermeras, más interesados en asuntos sexuales (homo y hetero) que en su tarea quirúrgica. Al final de la secuencia, el marqués-cirujano declara con un tono solemne que «El equipo médico habitual ha alcanzado su objetivo: el viejo ha muerto», lo cual es el punto de partida de lo que se asemeja a una auténtica orgía. El victorioso médico se destapa el torso y mientras se amortaja al muerto, todos cantan jovialmente para celebrar un hecho que provoca una intensa felicidad compartida.

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