Читать книгу Las metáforas del periodismo. Mutaciones y desafíos онлайн
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Con el mismo énfasis con que descalificaron la decisión popular en muchas elecciones y plebiscitos, los periodistas desprecian el clic en los otros tanto como lo desean para sí mismos. A pesar de defender la democracia y el valor de la opinión ciudadana, en la noticia más leída hablan de tiranía y consideran un delirio dedicarse a tratar lo que los públicos demandan. Para una profesión que entiende que su deber es ir por delante, responder a las necesidades de información es visto como una claudicación ante el humor cambiante de la opinión pública, así como caer en el marketing de clics, que venden páginas vistas a los anunciantes. Pero entre la demagogia de dar a la audiencia lo que pide, cosa que existió siempre en los medios, y la aristocracia que define la primera plana en función de lo que las elites consideran importante, está la sociedad tratando de dilucidar, con la información disponible, lo que le conviene.
A pesar de que nunca fue tan fácil encontrar pistas para entender los intereses de la sociedad, en el discurso de algunos periodistas está presente la idea de que las masas son irracionales y manipulables. “Antes de Trump, el Brexit: cómo Cambridge Analytica logró sacar a Reino Unido de la UE”; “Datos de Facebook podrían haber sido utilizados para influir en la victoria del ‘brexit’”; “Una investigación apunta a una gran trama de propaganda ilegal a favor de Bolsonaro por WhatsApp” son algunos de los titulares de diarios de primer nivel de diversos países. La modalización presente en ellos relativiza la afirmación y delata la debilidad de evidencias de esas notas, a la vez que ratifica una concepción de votantes manipulables y sin decisión propia en la mayoría de los medios globales. Por empezar, se da por sentado que sin esos mensajes en redes los resultados eleccionarios podrían haber sido otros. Pero lo curioso es que ese poder manipulatorio que se atribuye a las campañas políticas no tiene evidencias de uso en rubros más prosaicos. No he encontrado denuncias periodísticas similares hechas al poder de los avisos digitales para vender tratamientos capilares o alimentos con propiedades milagrosas para bajar el colesterol, que suelen ser los avisos habituales que se encuentran todo el año en las páginas de esos mismos periódicos de los titulares. Más raro aun es que ningún medio haya usado esa potestad de la publicidad y de las redes de influir sobre los ciudadanos para vender suscripciones. Por lo menos no se conocen resultados semejantes de esos avisos publicitarios de autoelogio que irrumpen en la mitad de un artículo o como una ventana que impide leerlo, esos que limosnean un clic del lector como contribución para que el medio pueda seguir funcionando. Todavía no aparecieron artículos científicos que expliquen por qué no funciona la publicidad digital para vender una suscripción y en cambio sí funcionaría para imponer un candidato. Sin embargo, hay muchas publicaciones que demuestran de manera empírica que la publicidad política no funciona como pregonan esas noticias, y que la desinformación no tiene el lugar principal en los consumos informativos que le asignan los periodistas. En suma, los medios parecen creer que el público lee cualquier porquería en lugar de leerlos a ellos.