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Aunque nunca existió la histeria colectiva en torno del episodio de Orson Welles, muchos periódicos la publicaron en sus portadas. Ahora también son los diarios los que dedican reportajes y debates a las amenazas de las plataformas. Y así como entonces pedían regulaciones que acotaran la amenaza de la radio para el negocio de los diarios, ahora reclaman restricciones a la circulación indiscriminada de información. Del mismo modo ocurre con los taxistas que se resisten al surgimiento de aplicaciones que sumen particulares a la oferta de transporte. Taxistas y medios (partes afectadas) postulan mantener el statu quo como solución al problema que surgió precisamente por ese estado de situación. Ambos grupos piensan que fueron las aplicaciones las que generaron los cambios, en lugar de tratar de entender cuáles fueron los cambios que impulsaron esos desarrollos tecnológicos.

La demagogia del clic y la aristocracia de la primera plana

En las épocas doradas a las que los lamentos de los periodistas suelen aludir, la comunicación era un privilegio de un emisor que tenía responsabilidades en consecuencia. Ese esquema emisor-receptor fue muy popular en los manuales del pasado que diagramaban una flecha de ida de manera unidireccional, portadora del mensaje hacia una audiencia masiva. Si devolvía alguna respuesta, era designada con términos ingenieriles tales como “retroalimentación”. Pero retroalimentación no es conversación. Receptor no es interlocutor. Las metáforas de los circuitos eléctricos delatan la perspectiva mecanicista con la que se enfocó la comunicación humana. Entre ellas, la metáfora del “receptor”, que remite al recipiente que porta un contenido, es una imagen implacable de la deshumanización de la comunicación.

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