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–¿Y el camión incendiado hacia el que venían los granaderos cuando entramos? –pregunté.
–Lo pusimos nosotros como barricada cuando, después de esperarnos a la salida del festival, la policía continuó sus ataques. Tomamos camiones, los rociamos de gasolina y, cuando trataban de pasarlos, los incendiábamos.
El director de la prepa, una persona alta que llevaba una gabardina de color claro, organizaba la defensa del edificio. Me uní al grupo que lo acompañaba y subimos las escaleras. Pasamos juntos a los murales de Orozco, casi no podían distinguirse porque sólo algunas luces estaban encendidas; seguimos por una galería muy larga, otro patio, éste vacío y en absoluto silencio, una escalera estrecha y las azoteas. Vi algunas caras conocidas entre los que hacían guardia: eran de las «porras», ellos también me reconocieron. Pensé que mientras ayudaran a defender el edificio no estaría mal su presencia, pero no dejaban de inquietarme. El director dio algunas indicaciones, preguntó por los guardias, después de conversar con algunos de ellos volvimos a bajar. En la enfermería improvisada se encontraba un muchacho que tenía varios dedos rotos, era del Poli y había buscado refugio en la prepa durante la persecución. Traté de hablar con él, pero se mostraba muy receloso.