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Además de en La Ciudadela, los disturbios se recrudecieron en el barrio universitario y se iniciaron en los alrededores de la voca 7, situada en la Unidad Tlatelolco.

La huelga se extendía. En las preparatorias los estudiantes reprochaban a sus dirigentes la entrega de camiones, pues los presos no habían sido liberados. La posibilidad de resolver el conflicto en sus inicios se alejaba. Fueron tomados más camiones. En pleno corazón de la ciudad, a una cuadra de Palacio Nacional y casi bajo los balcones históricos, se cruzaban las bombas lacrimógenas con las «molotov»; el tráfico era desviado en las avenidas que desembocan en el Zócalo, las calles aledañas olían a gases. Entonces hubiera bastado con liberar a los presos del 26 y días siguientes, y con olvidar la cacería de «comunistas», «agitadores» y «agentes internacionales».

El lunes por la tarde todo el Politécnico estaba en huelga y en su mayoría las escuelas universitarias habían iniciado paros. En Filosofía, Ciencias y Ciencias Políticas la huelga ya era indefinida. Economía estaba en asamblea permanente, pero pronto se votó la huelga. Faltaba el «ala técnica». A la demanda de libertad a los presos del 26 se habían añadido otras: disolución del cuerpo de granaderos; destitución de Frías, además de Cueto y Mendiolea, como responsable directo de los abusos cometidos por los granaderos. Ya se hablaba de pedir la liberación de todos los presos políticos, pues en la Universidad recordábamos la entonces reciente huelga de hambre que Vallejo había iniciado como último recurso para obtener su libertad después de diez años de encarcelamiento. Otro dirigente ferrocarrilero, Valentín Campa, también se encontraba encarcelado a causa de la huelga de 1958. En 1965 había sido aprehendido el periodista Víctor Rico Galán y su grupo; el movimiento de los médicos había terminado con ceses y detenciones, algunos médicos seguían en la cárcel; en 1967 se inició, de manera sistemática, la aprehensión de dirigentes estudiantiles.


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