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–De veras que se ve resolo.

Las tardes son distintas, sobre todo en noviembre. Se acabaron los paseos alrededor de la banca y la jardinera en las tardes tibias. El viento mueve una puerta abierta. Se escucha una televisión y, en otra parte, el repiquetear de una máquina de escribir.

–Verdá buena.

Sí. En esta época todos los patios son opresivos, la gente sale a la calle y las banquetas se llenan, los cafés se llenan, los cines también; porque es difícil ver apagarse la tarde en un patio cerrado. En los pueblos no hay cafés, ni cines, a veces ni banquetas; la gente pone una silla en el zaguán y se sienta a mirar a los que pasan, a los niños que ya están tan grandes, a las muchachas que van al pan, al hijo de la vecina que se ha hecho tan flojo y hasta va al billar, al de los elotes asados que ya no lleva a su mujer con él, al desconocido que nadie sabe quién es pero desde ayer come en la fonda al lado del cine; se oye un silbido de bocina y en seguida bajan el volumen, golpean con el dedo el micrófono, la plaza se llena con el ruido de una aguja que raspa en el borde del disco y la música del cine llega hasta los zaguanes: se acabó la tarde, hora de cenar. Y las cocinas empiezan a oler a café con leche y a pan.


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