Читать книгу Los días y los años онлайн
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–El Ejército acaba de entrar a la Preparatoria –dijo–; tiraron la puerta con un mortero.
Los que estaban sentados en los respaldos de las sillas se dejaron caer en el asiento. Mortero o bazuka, como se supo después, para el caso era lo mismo.
Salí de la celda de Gilberto y caminé, golpeando el barandal, hasta la 38; estaba sola y olía a encerrado, un poco a humedad y otro poco a cocina apagada, fría. Bajé y me detuve junto a la reja, a mirar el redondel; había muy poco movimiento. Pasó un «fajinero», le sacaron un ojo hace tiempo, se le ve uno negro y el otro blanco, azuloso. Me saluda y con el ojo negro mira hacia adentro.
–De veras que se ve resolo, verdá bueno –comenta balanceando la cabeza.
Y así es. El patio está completamente vacío, sucede a ratos, ratos largos, siempre por la tarde, en los meses en que comienza el frío. Por la mañana nunca está solo, las mañanas siempre son alegres, hasta en la cárcel. En las mesas que hay en el centro del patio se juega ajedrez bajo el sol que empieza a arder en el cuello y en la espalda. En el primer cuadro muchos esperan a que los llamen para ir a «defensores», están bañados y con pantalones limpios; otros juegan básquet al fondo, en un aro oxidado que ya se ha caído varias veces; últimamente juegan poco y se han vuelto a poner pantalón largo; en el verano llegó la furia por los cortos, hasta algunas personas mayores los traían; pero ya es noviembre y con el frío se volvieron a usar los zapatos, se guardaron los huaraches y los shorts.