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—¡Si quieres ver muerto a Vricio enfréntalo y mátalo en combate! –exclamó el druida enfurecido–. Te recordaba desgraciado, Maki, pero no cobarde.

—No temo a ningún hombre, Avon. Eso también lo sabes. Y créeme cuando te digo que no pienso huir de mi destino. Me he enfrentado a leyendas como Jolicar, Litbrit, incluso el mismísimo Lascanon, el hijo de Dyson y el más temible de los siete Inmortales, lleva sobre su piel cicatrices de mi autoría. ¿De verdad crees que me puedo sentir atemorizado ante la idea de batirme con un insignificante berserker? En absoluto, pero debo ser pragmático. Tener al hijo de Nial fuera de mi mente me ayudará a concentrarme en los verdaderos desafíos que se avecinan.

—¡Patrañas! ¡Eres un cobarde!

Maki se acercó a Avon hasta el punto de que su rostro quedó a solo unos centímetros del druida.

—Cuida tus palabras, mi viejo y cansado Avon, y no abuses de la simpatía que sabes que te tengo. Porque de lo contrario, serás tú quien será fustigado –dijo con voz gélida en el momento en que estiraba su mano y atrapaba el cuello del druida–. Y no estamos debatiendo ni negociando. Tu flamante y benévola idiosincrasia me tiene sin cuidado. No tengo idea de por qué Baris ha depositado su confianza en una basura como tú, y no tengo interés en averiguarlo. Harás lo que digo o no obtendrás lo que pides.


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