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—Viéndote con las vestiduras de los druidas esa petición suena casi creíble. Como dijiste, dejemos de perder el tiempo. ¿Qué quieres?

—Lo dicho. Mata a quienes debas matar, pero perdona a quienes no guardan cuentas pendientes contigo.

—¡Rectifico mis palabras! El aire fresco del norte sí te ha cambiado. Tú rogando por vidas ajenas era algo que nunca hubiese esperado escuchar.

—Eso es lo que pido.

Los ojos del hechicero se clavaron inquisitivos sobre Avon, intentando desenmascarar el verdadero rostro detrás de sus supuestas intenciones.

—Está bien –finalizó el mago en el momento en que se llevaba la mano al rostro y acariciaba su desbarbada y granítica mandíbula–, perdonaré a los ancianos y a los niños siempre y cuando no intervengan ni se opongan a mis propósitos.

—Bien –replicó Avon asintiendo con la mirada–.

Maki repentinamente se incorporó. Su silueta, gigante y poderosa, parecía ser la obra de un dibujante demente. Incluso Avon, druida temerario, dio un paso atrás.

—Ahora –dijo con un aire malicioso– para que esta negociación llegue a buen puerto, y si quieres que me muestre magnánimo con los tuyos, deberás cumplir con un encargo.


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