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—No sé qué puede hace un hombre como tú en Eirian. Y definitivamente no comprendo cómo los druidas te han aceptado en su clan.
—He probado mi valor.
—Ahórrate las mentiras, Avon. Inútil es que intentes esconder de mí tu oscura naturaleza, pues la he presenciado desnuda –exclamó el brujo con un tono alegre y macabro–. No hay nada dentro de ti que los sacerdotes de estas tierras puedan valorar.
—De cualquier forma –dijo Avon con aire impaciente–, no he venido porque desease escuchar tu opinión acerca de mi persona. He venido con la esperanza de que podamos dialogar.
—Dialoguemos entonces. ¿Vienes en rol de emisario?
—No.
—¿Hablas en nombre de los druidas del Clan de las Cenizas?
—Tampoco, hablo solo en mi nombre.
—Ellos no saben que estás aquí, ¿verdad?
—No, no lo saben.
El mago permaneció silencioso por algunos momentos mientras penetraba al druida con la mirada. Luego, con lentitud y un tono satisfecho dijo:
—Entonces sigues siendo el mismo infame de las épocas de antaño. Siempre moviéndote por las sombras. Traicionando a quienes les has jurado lealtad.