Читать книгу La Relación Laboral Especial de los Abogados en Despachos онлайн

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Es claro, sin embargo, que el abogado no tiene por qué ser un héroe, pero la renuncia a la defensa por temor a posibles agravios o desventajas públicas o privadas debe descartarse por opuesta a la dignidad de la profesión. No entran en este saco los supuestos en los que el abogado antepone intereses lícitos a efectos de soslayar el conflicto que en otro caso habría de crearse y, con mayor razón, los supuestos excluidos a priori por cada abogado vista su dedicación habitual a determinado tipo de asuntos o de procesos. Se descalifica aquí, únicamente, y se hace énfasis en ello, la abstención de intervenir en defensa de un interés legítimo tras tomar medida de los efectos perjudiciales provenientes de probables represalias, o sea, de actos ajenos en principio ilícitos. La pusilanimidad está reñida con la función del abogado, pero llevar pleitos comprometidos no significa llevar cualquier pleito, si moral o legalmente el caso presenta aspectos inasumibles que, naturalmente, han de ser objeto de valoraciones rigurosamente personales. Es probable que el abogado no tenga problemas por esta causa hacia el exterior, pues siempre podrá justificar su inhibición de modo que resulte respetable para el interesado y para los terceros. Pero, internamente, el abogado comprobará que la excusa para no intervenir profesionalmente, por miedo a lo que le pueda suceder por el solo hecho de cumplir con su deber, no deja únicamente mal sabor de boca, sino una mácula que no se borra después. Nadar y guardar la ropa es una habilidad que no está al alcance de cualquiera y cuando se consigue puede no conseguirse a la vez la estimación pública. Del mismo Cicerón –uno de los más grandes abogados de todos los tiempos– dijo el poeta Asinio Polón (75-4 a.C.) que “ojalá hubiera sido capaz de soportar la prosperidad con mayor control y la adversidad con mayor fortaleza”.

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