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Salvado el estrangulamiento que estaba ocasionando la falta de liquidez en el sistema económico, el gran reto era como realizar el ajuste de una economía tan desequilibrada interna y externamente. Ante la ausencia del tipo de cambio nominal para devaluar la moneda y de un presupuesto comunitario que realizase transferencias corrientes de fondos para suavizar el ajuste, se hizo imprescindible recurrir a la austeridad y la represión salarial para reequilibrar la economía. Esta devaluación interna, a la que colaboró la reforma laboral de 2012, ayudó significativamente a realizar una recomposición de la producción, que pasó de estar centrada en la demanda interna a orientarse hacia el exterior, al tiempo que se generaba un fuerte crecimiento de la productividad para salir de la recesión. Y ello se hizo destruyendo el empleo en las actividades menos productivas y también en aquellas orientadas fundamentalmente al mercado interior.
Tras varios años de ajuste, la economía española comenzó a dar los primeros signos de recuperación a finales de 2013, conforme factores internos y externos se mostraron más propicios para impulsar la actividad económica. Internamente, se realizaron esfuerzos para recuperar la competitividad, como pone de manifiesto la evolución de los costes laborales unitarios nominales, fruto del ajuste laboral y salarial (gráfico 4). Al mismo tiempo, las familias realizaron grandes esfuerzos para reequilibrar sus finanzas y a finales de 2013 comenzaron a aumentar sus gastos e impulsar la demanda interna. Y externamente hay que destacar el buen comportamiento de las grandes empresas exportadoras españolas que, representando tan solo el 1 por 100 del total de empresas exportadoras (unas 800 empresas), fueron responsables del 64,6 por 100 del volumen de ventas exteriores en el periodo 2010-2019. Estas empresas han conseguido incrementar sustancialmente sus envíos al exterior, tanto en la etapa expansiva como durante la Gran Recesión, ya que han logrado mantener crecimientos moderados de costes y precios debido a los notables crecimientos de su productividad. El reto de España era que, dada la magnitud de sus desequilibrios, necesitaba una mejora de su competitividad, y mientras que esto no comenzó a producirse no se pudo iniciar la salida de la recesión. Aunque solo cuando el BCE cambió la orientación de la política monetaria y tuvo lugar la depreciación del euro, a partir de 2014, se consolidó la recuperación de la economía española. Ello se vio favorecido por la caída del precio del petróleo, de manera que el sector exterior pasó de ser una restricción al crecimiento a comportarse como el principal impulsor de la actividad productiva. Esta estrategia de mejora de la competitividad permitió recuperar los niveles de competitividad compatibles con el equilibrio de la cuenta corriente de la balanza de pagos y, por tanto, restablecer la confianza en la economía española.