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De esta suerte, en el catálogo de conductas reprochables, existe una diferencia entre una sanciones graves que quebrantan directamente la disciplina (la deserción, la sedición, la desobediencia al magíster militari, evasión de campo de batalla, abandono de puesto), de las que suponen un simple relajamiento de la disciplina (lujuria, hurto en campaña, etc.); pero, con la característica, que todas pueden ser sancionadas con pena de muerte.

Todo ello, en un sistema donde la sanción capital se ejecuta en campaña aun cuando los jefes de las tropas debían remitirlo a Roma para la aprobación del castigo (no es hasta el Imperio cuanto tuvo efectividad este control). Su justificación se debe a la necesidad de mantener la disciplina en la filas fruto de la exigencia de prontitud, inmediatez y ejemplaridad de la represión, a diferencia de lo que ocurría en los procesos no militares. No hay que olvidar, tampoco, llegado a este punto, que el concepto de delito militar gira en torno a la idea de disciplina y la necesidad del mantenimiento del mismo en el seno de las huestes guerreras justifica la pena, siendo uno de sus fines, la más contundente y ejemplar sanción para los compañeros de armasssss1.

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