Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн
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Digo esto porque hace unas semanas a un cliente le dije basta, renunciando a su defensa, aun a pesar de que eso suponía dejar pasar la oportunidad de llevar a juicio no uno sino dos asuntos. Después de unos meses de trabajo, con varias reuniones y más de 50 correos contestados, determinadas injerencias en mi trabajo, consejos que viraban a imposiciones, incluso alguna que otra salida de tono tras un primer aviso –como en los toros– decidí renunciar y así se lo comuniqué.
No esperaba que se lo tomase bien, más que nada porque su narcisismo patológico no entiende de rechazos, pero semanas después su enfado viró a la amenaza y por ahí no paso. Hoy le he mandado una carta con cita de alguna de sus perlas vía email, emplazándole a dirimir sus cuitas conmigo ante el Colegio de Abogados o el propio Juzgado, donde quedaría liberado de usar todo ese material sensible para probar lo contrario de lo que me acusa: que no le estaba defendiendo bien. Espero que algo de raciocinio le quede, o incluso de sentido del ridículo, para evitar el bochorno de la exposición a su propia boutade.