Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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Una cliente tuvo reunión hoy conmigo. La última vez que habíamos hablado había sido casi dos meses antes para plantearle las dos alternativas que teníamos para abordar judicialmente su problema, dándole unos días para que reflexionase. Al cabo de ese tiempo me llamó por teléfono para comunicarme que se decantaba por la opción A (llamémosle así). Tras esa conversación dejé anotado en su expediente tal opción y le preparé la correspondiente hoja de encargo que mi secretaria le mando por email.

Resulta que ahora me pregunta cómo van los trámites preparatorios de la opción B (la que había descartado). Enseguida le corrijo y digo que eso no fue lo que hablamos, pero ella me contradice, a lo que le enseño la hoja de encargo (todavía sin firmar) que ella niega. Entre asombrado y molesto le recuerdo que dos meses antes me había llamado y que su decisión era la contraria. En esto coge su teléfono y me pregunta cuándo fue eso. Repaso mis notas y le digo: el 16 de julio. Desliza con avidez el dedo por la pantalla y al cabo de un par de segundos lo acerca a su oído como si esperase una llamada. Mientras tanto escucho como un susurro mi propia voz y en eso reparo que lo que ella estaba escuchando era una conversación grabada. Arqueando mis cejas (yo creo que hasta me dolió el gesto pues no daba crédito), le pregunté si de verdad me había grabado, a lo que me contestó, sin mirarme, que era una aplicación de su teléfono. Conservé la calma al tiempo que observaba cómo su cara iba mutando a una expresión de incredulidad, para terminar colgando y reconocerme que tenía razón, disculpándose e indicando que no supo expresarse bien pero que la opción deseada era la B.

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