Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн
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Después de hacerme un guión del expediente, y tomar nota de las páginas que me interesaba destacar en la vista, dejé preparado mi maletín para mañana y una hora antes de lo habitual salí del despacho bajo la lluvia fina (el orballo, en gallego con “b”) de una fría noche de otoño.
Necesitaba ventilarme un poco, meditar callejeando como un peripatético e intentar quitarme de encima la presión por las pala-bras de la cliente que todavía resonaban en mi interior. Una costumbre que conservo de mis años universitarios, que lejos de pasarme la noche previa de los exámenes en vela, yo cerraba la carpeta con los apuntes a una hora prudente y salía a correr para relajarme. Ahora me conformo con un sosegado paseo más largo de lo habitual antes de llegar a casa, y el maletín ya no volverá a abrirse hasta la hora del juicio. “Alea jacta est”.
ssss1. Hay un dicho que traducido el inglés dice así: “buen abogado es el que conoce la Ley, mejor abogado es el que conoce al Juez”.