Читать книгу La soportable gravedad de la Toga онлайн

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Siempre me ha llamado la atención esos compañeros que si se descuidan salen a la calle con la toga encima, incluso hacen alarde de ella en concentraciones reivindicativas como identificación de nuestra profesión, cuando realmente la toga no hace el abogado como tampoco el hábito al monje.

De otros, generalmente los más jóvenes, me asombra la tranquilidad, rayana a la inconsciencia, con que se visten la toga y saltan al ruedo judicial como si de un novillero se tratase, aunque la faena sea con toros de primera. Yo tardé tres años en entrar en una sala de vistas con la toga puesta, más por prevención que por temor, y esperé con paciencia mi debut, dedicando aquellos primeros años de formación a hacer más toreo de salón en el despacho, es decir, simulando mi intervención en juicios imaginados.

Sin embargo, algunos abogados de hoy en día sin esa prevención mía de antaño, o guiados por una inconsciencia o valor, según se mire, del que yo carecía entonces, se visten la toga con el impulso casi de un espontaneo para llamar la atención de su arte jurídico. O esa es la sensación que yo tengo viendo a los más jóvenes de mi despacho.

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