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30 de octubre de 2018

Nadar a contracorriente en el proceso contencioso-administrativo

Hoy dediqué gran parte del día a preparar un juicio que tengo mañana. El expediente y yo frente a frente, sin testigos vacilantes a los que preparar ni peritos apremiantes a los que prevenir. Es el típico pleito contencioso-administrativo en el que el juez asume el rol de revisor del procedimiento administrativo, en este caso documentado en un expediente de más de 600 páginas. Han sido cinco horas a solas con tres tomos de documentos, revisando de nuevo cada página e intentando encontrar como los buscadores de oro el premio a la perseverancia entre una maraña de actos de trámite, pruebas y resoluciones.

En medio de esa concentración casi monacal, aislado del teléfono, en un receso compruebo que la clienta del asunto en cuestión me ha mandado un correo electrónico donde me dice que está ansiosa, me hace ver su preocupación y me plantea –de nuevo– sus dudas y las posibilidades de que salga bien. Le contesto con intención de tranquilizarla, pero cuando termino de escribirle me doy cuenta de que me ha contagiado su ansiedad, así que vuelvo a mis tres tomos de expediente con el gesto más sombrío, consciente de que no las tengo todas conmigo por tres motivos.

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