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Ciudad mía que dibujas el ocaso mientras ves partir triunfal al sol, deja que este día el camino se torne blanco y los árboles mezan sus encantos cadenciosamente, mientras me llama insistente otro verano con la urgencia de perdonar todo el pasado; si acaso, los recuerdos confunden y se adhieren a la tímida epidermis sin respeto, adentrándose en lo insólito del alma, corazón que late apresurado, empujando mis locas intenciones barranco abajo hacia secretas penas, sin comprender por qué se ensaña engalanado este azul de cielo abierto y este indescriptible olor a tierra, hierba, magia, luz y verso.

El aire puro y frío refresca cauto el palpitante acierto de retomar la vida contemplando el cielo. Parpadeo intangible de sueños concebidos en esta majestuosa naturaleza, tapizada de verdor y acariciantes laderas ocultas de belleza, semejando altivas nuestro cuerpo; beso que se encierra entre los labios, dejando un gesto delineado ahí en la boca, rúbrica indeleble que escribe un te quiero.

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