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La ira trastocó mi rostro de mujer, deteniendo en la sangre el veneno sutil que esconde su mortal ataque. Enajenada y rebelde por primera vez, me atreví a regalar perfume, jurando aprender a engañar si me engañaban, ya sabría besar sin que en los labios se acunara un suspiro azul. Cuánto febril desvarío me regaló la rebeldía, cuánto desvelo y clamor a ese mi Señor, el buen Dios, el Redentor, preguntando en oración que me dijera quién soy, si perdiendo identidad distraje al pesar que lastimaba.
Noche eterna sin dormir. Meditando y redimiendo al dolor hasta extenuarme, deseé como nadie transportarme en el tiempo y consolar a todas esas maravillosas mujeres que a distancia sentían igual que yo, mas su pesar fue paradójicamente distinto. Estaban desveladas no por algún mal amor que se marchara. Reclamaban a gritos sus tesoros, los hijos, sus amados hijos, repetí en silencio, y ahí, ante mis ojos absortos, se pintó la Plaza de Mayo en Argentina, donde los rostros expectantes de esas madres repartían pura adrenalina, subiendo de tono en desafío, marchas y pancartas por doquier, gritos de reclamo hasta tener seca la garganta. «¿Dónde están nuestros hijos? Vamos, asesinos, devuélvannos lo que nos arrebataron sin saber por qué. A ustedes les hablamos, hombres o soldados, si en algo el término marca diferencia, defensores de la ley o verdugos de uniforme. ¿Es que acaso han perdido la memoria? ¿Será que han olvidado el vértice de luz que los conduce a una esencia de mujer? ¿Debemos acaso recordarles que en un pecho mitigaron su primera sed? ¿Que fueron nuestras manos las que afianzaron las suyas para hacerlos aprender a caminar? Nosotras; sí, por Dios, nosotras, estas mismas que ahora deambulamos en el limbo de la pena por la ausencia de los nuestros, estamos llorando sangre y fuego; el hogar está vacío y su cómplice silencio nos derrumba y enloquece. Aquí nos quedaremos para siempre, aun después de habernos muerto, sin cansarnos de gritar las injusticias. Vamos, amnésicos del miedo, demonios clandestinos y cómplices cobardes de mentiras, despierten, como solo los hombres de verdad lo hacen, hablen de una vez y despejen las incógnitas. Den respuesta a nuestro eterno y enclaustrado dolor».