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Será el momento cumbre. Musitaba como un niño travieso que acaricia la dulce complicidad de un juego, mientras que el diario batallar liberaba en algo la inquietud constante, disipando en mi quebranto los deseos, sin dejar de atraparme lentamente, era el único bálsamo que frío resbalaba por mi cuerpo, como vino añejo que embriagaba al cansancio, invitándome a cerrar los ojos y en caricia clandestina que excita lo intrínseco del ser que se extravía, encontrar la señal inconfundible, cuatro letras que comprometían la vida y su propio riesgo sin siquiera parpadear, simplemente la sublime realidad de ser mamá.

Cómo no asimilar que ellos fueron y son mis mejores amigos, solidarios confidentes, si aún creo divisar en el pasado cómo corrían por las tardes tras sus juegos, sin ofrecer resistencia al milagro de la vida en su esencia. Reconocí entonces en su pureza la savia del árbol que ha de dar sus frutos, para permitirme recoger en sus cristalinas lágrimas el olor a lluvia tierna hasta volverme gigante, inquebrantable y buena, pues no habría nada ni nadie en este mundo que pudiera lastimarlos.

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