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Qué poco duró ese milagro, qué ráfaga de luz fue la alegría, qué inmensa ansiedad me sorprendió. Menos fuerte que ayer e indefensa, bosquejé la figura ya perdida, conquisté la idea de salir corriendo, huir de esa loca fantasía, no detener mi paso, aunque cayera, gritar en campo abierto las quimeras, invocar a los sentidos y que estos permitan sentir sobre mi cuerpo poesía y vestirme de tul con agua fresca.
Sin embargo, la idea de Dios me desvelaba. Dónde pernocta Él si yo sufría, imberbe ser humano en desquite ilusorio, saboreando el tormento que emerge del averno; si también lo extrañaba, eterno no a todo lo que oliera a sentimiento, pues la idea del perdón me obsesionaba; si equivocada escogí al hombre de la vida, al compañero, intenté gentil y cauta disculparme con el ayer inoportuno; el presente ahí estaba sin reparos, escondiendo sus secuelas en el delantal de la quimera gris. Quise inocente por ello, con bondad y sin regreso, contarle al mundo que era suficiente que sangrara aquella herida, verter la prisa en el cántaro afanoso de la espera y estar despierta demasiadas horas, hilando fino el porvenir incierto, por lo menos ensayando a la distancia el sonido acariciante de la risa.