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Apostados en mi vida los recuerdos, paladean gustosos el tiempo mágico de los hijos; travesuras en pinceladas de luz y de nostalgias, tristezas y alegrías en derroche, pues en cada uno de sus logros, recibí una medalla. Jamás imaginé la fuerza y el poder de ese amor que de ellos emanaba. Pequeños alquimistas, sabios magos infantiles, trazaron el camino sin saberlo, armaban mi valor tan solo al verlos, me volvía loca de amor al encontrarlos. Anhelante, esperaba poder recibir su dulce abrazo cuando ellos festejaban mi llegada. Oh, Dios cuánto los amé y los amo. Tú mejor que nadie lo sabías. Debía devolverles el hogar que habíamos extraviado, secreto compromiso sin palabras; retornar al viento la cometa de sus sueños, mientras juraba celosa un pacto de amor indeleble, que reinventara de pronto a una mujer dispuesta a luchar y a prender la lámpara que ilumine el sendero.

II. Retando al miedo

Quién pudiera compartir la expresión cálida de mis ojos y advertir que hojeando las páginas secretas de cada vivencia me concentro y entretengo. Embelesa al infinito horizonte su cielo quieto; extiendo las manos queriendo tocarlo, para hacerlo un poco mío, como amante de verano que deambula por la arena sin dejar de voltear su vista hacia arriba para acariciar con su mirada el azul del cielo.

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