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Y aunque hoy te extrañe más sin que todavía te cubra el manto del olvido, o quizás porque hace frío y el cielo ha oscurecido anunciando tempestad, al igual que mi razón, quimérica mensajera que denuncia soledad, busco ayuda en la propia lluvia que ya esgrime sus gotas de cristal, confundiéndose en mi rostro sin que pueda evitar el no tener nada más que contarle a mi tristeza. Mas no intentes retroceder el tiempo y arroja de una vez al vacío tu pretensión de hombre, que ciego no vislumbró la última brisa de septiembre donde fue inútil el anhelo de rescatar lo perdido y volver a empezar. Recuesta tu sueño en la almohada invisible del deseo y evita pronunciar mi nombre.
¿Corazón? ¿Para qué? Si desde lo profundo de esta gran nostalgia, ahí donde a hurtadillas se filtran los sonidos y se pierde el eco de una voz, resalta mi pesar, se ahondan mis ojeras, figuras fantasmales salen a escena abriendo un escenario donde aparezco huérfana de besos, desertora de auroras y de aquel cariño que naufragó en la mar; qué importa el final si las ansias dormidas no me habrán de desvelar; controvertida historia de desengaño, amor y hastío, pero piel rozagante y tersa de mujer de ese tiempo y este instante, que sostiene un puñal roto entre las manos, como breve primavera que se esfuma, dispuesta a colorear la última estepa, perpleja en la armonía de mi rostro ungido de invaluable fe, me queda todavía camino por recorrer.