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La claridad de sus pupilas dibujaba los rasgos inconfundibles de aquellos ojos que amé. La expresión de sus rostros sintetiza lo vivido, se atreve a perpetuar aquellos gestos, los mismos que me llevaron en torrente sanguíneo hasta un nombre y un destino; inocentes párvulos, no sabían lo que cuesta sentir en carne viva lo lejano, palpando en torpe asilo el claro vértice de la burda traición y del olvido.
¿Olvidar? ¿Debo olvidar? Sí, no me perderé en la locura y la inconsciencia. Le faltaré al respeto a este fracaso, pues solo necesito recuperar el sentido en otro bendito segundo, para desdoblar mi percepción de madre y afianzar sus manos pequeñitas hasta el punto cumbre de caminar seguros en el justo espacio que nos ofrezca el razonar, que ese era el gran momento de apostar a ganar. La parodia de nuestra nueva vida comenzaba. Entonces me vestí de fiesta, como la mejor actriz, que arregla su peinado y se mira en el espejo, recoge el pliegue de su falda y adorna su cintura con éxito, serena, firme, presente. Mientras sentía el corazón partido en mil pedazos y las lágrimas inundaban mis mejillas vistiendo al sentimiento de mujer, comprendí que debía memorizar el papel más importante y difícil de representar, aunque en este, simplemente, se tratara de VIVIR.