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Otro amanecer distante y confuso desplegó sus alas. Mis párpados en vago ejercicio obligaban a los ojos a mantener firme la mirada ante un mundo que tomaba forma de fantasma y pesadilla, cual verdugo cortándome las venas. Los amigos comunes, qué ironía, los de la tertulia y el vino, las sonoras carcajadas y los sueños a volar ya no estaban, se habían retirado sin palabras; sacudí con rabia la impotencia, ya no me importan. Mi tarea era urgente: debía encontrar nuevas salidas al tentador laberinto de retos que imprimió la huella indeleble de ese adiós, lazo que anuda la garganta sin dejarnos respirar, para luego soltar la presión imaginaria de unas manos que olvidaron la alianza y promesa jurada ante el altar, dejándonos solas, sin siquiera pestañear.
Pared de hielo la ausencia, vacío que desconcierta, armónico conjunto que nunca desentona al ritmo de un amor trunco y estéril, rama seca que al viento nadie la va a rescatar. ¡Hoy!, ya sin nosotros, semilla que celosa cuidé con esmero y no logró germinar, pues la pisada mortal de aquel silencio la humilló hasta hacerla marchitar. ¿Qué pasó? ¿En qué extraña dimensión desconocida extravió mi huella tu camino? ¿Por qué se me negó el dulce abrigo, convirtiendo mi noche en pesadilla si deliro presa de la palabra olvido, mientras vehemente remuerdo y mancillo las palabras que no salen de mi boca? Ellas me transportan hasta la fría quimera que cruzó el umbral, pues ahí, en el filo mismo quejumbroso de un rincón, ese amor primero me golpeó las sienes, doblegó mis ansias y en el hondo abismo de mi eterna entrega laceró mi piel.