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PRIMERA PARTE

El amanecer y el anochecer son mis momentos preferidos para perderme por estos grandiosos y casi desiertos parajes. Estos paseos me ayudan a desconectar del mundo cercano y conectar con otras sensaciones más espirituales, más íntimas o más emocionales mientras me dejo llevar por los sonidos del mar, el susurro del viento, el graznido de las gaviotas y, a veces, por los recuerdos, esa memoria del corazón que es como una segunda piel, en ocasiones abrasada por el sol de la vida. Me acompañan mis dos perros, Tao y Greta, un lhasa y una shih tzu, que corretean libres y alegres, y junto a ellos me lleno de la paz y la serenidad que me transmite todo este entorno.

Conocí este lugar con unas amigas en unas extrañas vacaciones en las que casi nada salió como habíamos programado. Desde fallos con la agencia de viajes y descoordinación con los guías hasta un pequeño seísmo que, aunque no fue grave, hacía temer nuevas réplicas, por lo que nos aconsejaron cambiar el itinerario, dejar de lado la visita prevista a una ciudad del centro del país y decantarnos por otra zona mucho más al sur, donde nos habían informado de la existencia de unas ruinas antiquísimas y dos parques naturales que merecían una visita. Como remate de aquel pequeño caos viajero, por una avería en el coche que habíamos alquilado tuvimos que quedarnos tres días en una pequeña aldea mientras nos traían la pieza rota de un pueblo más grande y el mecánico de la gasolinera, el único en setenta kilómetros, reparaba el auto.

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