Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

8 страница из 126

Aquel pueblecito semicostero era pequeño, muy pequeño, apenas unas veinte casas. Algunas de ellas eran de adobe, aunque había otras construidas con una mezcla de piedras, barro y madera. Era todo, incluidos sus habitantes, muy sencillo y pobre, si por pobre entendemos que había un cafetín donde tenían el único televisor que existía y donde solo había un teléfono, el de la gasolinera. La gasolinera estaba a unos diez kilómetros, en la estrecha y sinuosa carretera que llevaba a dos parques naturales situados tras las dos grandes montañas que dominaban el este de la zona. Si por pobre entendemos que había solamente una pequeña camioneta, dos furgonetas y tres lavadoras que utilizaban todas las familias, y que no se veía ningún objeto más o menos lujoso. Todo era antiguo, pero no inservible, pues eran los reyes del reciclaje y del aprovechamiento de cualquier utensilio. El aspecto de la aldea no podía ser más alegre, ya que las viviendas estaban conservadas perfectamente y pintadas de colores diversos, como una representación del arco iris. Todas las casas eran independientes y todas ellas tenían un pequeño jardín delantero, sin vallas, y un huerto detrás de la vivienda.

Правообладателям