Читать книгу Sin miedos ni cadenas. Lecturas devocionales para damas онлайн

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¿Habrá sido un error que me contrataran?, pensé. Durante mi primer año de trabajo para la Radio Adventista de Londres, esta duda me perseguía. Aunque la gente me decía cuánto disfrutaba de las entrevistas de mi programa de radio, yo creía que lo hacía solamente por ser amable. Estaba obsesionada con todos mis errores y absolutamente convencida de que otra persona haría un mejor trabajo. ¡Lo peor es que pensaba que mi actitud era humilde! Estoy segura de que como esposa, madre o profesional alguna vez te sentiste así, mientras que luchabas con el síndrome del impostor.

El “síndrome del impostor” te hace creer que tu trabajo, tus hijos, tu marido o tus amigas se merecen a alguien mejor que tú. Sin embargo, como este sentimiento no es humildad auténtica, sino baja autoestima enmascarada, en lugar de acercarnos a Cristo y motivarnos a mejorar, nos incita a rendirnos. Ya que no puedo hacerlo perfectamente, es mejor que lo haga otra, pensamos, con mentalidad derrotista. Moisés tuvo el mismo problema. Mientras que pastoreaba en Madián, Dios le dio una misión extremadamente difícil: enfrentar a un rey tirano y pedirle que liberase a la mano de obra esclava (Éxo. 3). Para contextualizarlo, imagina que Dios te envía a enfrentar al comandante de una fuerza paramilitar para demandarle que libere a todos los niños soldados. ¿Lo harías?

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