Читать книгу Sin miedos ni cadenas. Lecturas devocionales para damas онлайн

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El desafío es sobrenatural, pero también lo es el poder del Espíritu Santo. Hace poco tomé una decisión que me llenó de miedo con respecto al futuro. Pasé noches durmiendo muy poco. En medio del terremoto emocional, sentí que Dios me llamaba a abrazar la incertidumbre. De a poco, comencé a desprender mis dedos entumecidos al volante y poner mis manos en las de Jesús. Paulatinamente, Dios comenzó a reemplazar mi pánico con un sentimiento de expectativa y aventura.

Jesús, ayúdame a aceptar el regalo de la incertidumbre, que me obliga a avanzar por fe, y no por vista. Quiero dejarme sorprender. Quiero confiar más en ti y abrir mi corazón a lo inesperado, a la aventura de vivir la vida juntos, tú y yo.

20 de marzo

Haz algo


“Mi mandato es: ‘¡Sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni te desanimes, porque el Señor tu Dios está contigo dondequiera que vayas’ ” (Jos. 1:9, NTV).

¿Alguna vez intentaste descubrir el plan de Dios para tu vida? ¿Dónde deberías estudiar? ¿Con quién deberías casarte? ¿Deberías aceptar este trabajo o aquel? ¿Es tiempo de mudarte a otra provincia, o tal vez a otro país? ¡Desear hacer la voluntad de Dios es algo muy bueno! Sin embargo, a veces pensamos en el plan de Dios para nuestra vida como si fuera un laberinto, o un examen. Creemos que si damos un paso en falso nos vamos a perder, y ya nunca encontraremos el camino correcto. Tememos, a menos que todas nuestras decisiones sean perfectas, terminar con el plan “B” o el “C” (que son tan buenos o tan bendecidos como el plan “A”). Estas ideas incorrectas acerca de la voluntad de Dios hacen que nos paralicemos del miedo cuando tenemos que tomar decisiones. En su libro Haz algo, Kevin DeYoung comenta: “No es solo que estamos siempre inquietos y llenos de temor, sino que hemos espiritualizado nuestra inquietud y cobardía tratando de hacer que parezca piedad en vez de pasividad”. En otras palabras, no solo vivimos aterradas, con muy poca fe en la soberanía divina y en nuestro propio intelecto, sino además nos convencemos de que esta pasividad es un gran acto de sumisión a Dios.

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