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Señor, gracias porque tú puedes redimir mi historia. Tú puedes liberarme del dolor y del trauma del pasado y transformarlo en algo útil y santo.

18 de marzo

Cicatrices de oro


“Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada— y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante. Como resultado, nadie puede jamás jactarse en presencia de Dios” (1 Cor. 1:28, 29, NTV).

El Kintsugi es un arte milenario japonés que se usa para reparar jarros o platos de cerámica rotos, en lugar de tirarlos a la basura. Lo extraordinario de esta técnica es que, en lugar de usar un pegamento invisible, los japoneses utilizan un barniz de resina mezclado con polvo de oro, resaltando así las imperfecciones. La idea es que las “cicatrices”, las vetas de oro de un objeto reparado, lo hacen más hermoso porque cuentan una historia de redención. A través de esta técnica, lo que hubiera sido basura se transforma en tesoro valioso.

Dios es un maestro artesano que utiliza nuestros peores errores para narrar una poderosa historia de redención. Sin embargo, a veces nos avergüenzan las cicatrices; queremos editar el pasado y pretender que nunca nos quebramos. Pensamos que tendremos mayor influencia y prestigio si aparentamos ser perfectas. ¡No podríamos estar más equivocadas! El autor cristiano Craig Groeschel, en Soul Detox [Desintoxicación del alma], lo explica de esta manera: “Podemos impresionar a los demás con nuestras fortalezas, pero nos conectamos con los demás a través de nuestras debilidades”. Las cicatrices de oro que llevamos en el corazón dan gloria a Dios, quien nos sanó. También nos dan una oportunidad única para acercarnos a las personas que tienen, o han tenido, heridas similares. ¡Son un símbolo de esperanza!

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