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Moisés subió al Monte Sinaí para recibir los Diez Mandamientos de parte de Dios y luego los entregó a Israel (Éxo. 19; 20). Jesús se posicionó en otro Monte de Israel, anunció que había venido a cumplir la Ley, magnificó su significado relacional y proclamó sus bendiciones, o bienaventuranzas, a todo el pueblo (Mat. 5-7).

El antiguo Israel se formó a partir de los doce hijos de Jacob y sus descendientes (Gén. 35:22-26). Jesús siguió deliberadamente este modelo narrativo al llamar a doce apóstoles, de los cuales surgió una posteridad espiritual que se convertiría en la continuación de Israel, ahora llamada iglesia, compuesta por creyentes de todas las naciones (Mat. 10:1-4; Gál. 3:29; Efe. 2:19-22).

Israel fue llamado por Dios para ser “un reino de sacerdotes, y una nación santa”, con el propósito de ser una luz para todas las naciones, con el fin de incorporar en este Israel (espiritual) al resto del mundo (Éxo. 19:6; Deut. 4:5-8, 40). La iglesia fundada por Jesús es el nuevo Israel, llamado a ser “un linaje escogido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9), compuesto por gente de todas las naciones (Apoc. 7), con la misión de llevar la luz del amor de Dios al mundo entero (Mat. 24:14; 28:18-20; Apoc. 14:6).

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