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Con lo anteriormente relatado, recuerdo a mi padre, un hombre bueno y trabajador, amoroso a su manera, pero con una herencia de violencia y altitud instaurada por su padre, quien no seguía las reglas de la sociedad, seguía sus propias reglas, violentaba espacios con su presencia desafiante y airosa, maltrataba constantemente a sus hijos, inclusive con amenazas extremas de quitarles la vida, mantenía un temperamento fuerte y violento que transmitió directamente a todos sus hijos, y ellos, en su historia y forma de ver el mundo, lo transmitieron también a sus descendientes. Hago toda esta explicación para decir que, desde muy pequeño, escuchaba muy cerca de mi oído: “Los hombres no lloran”, “hay cosas más importantes por las que hay que llorar”, “si no es a las buenas, es a las malas”, “en la vida uno no debe confiar en nadie”… Podría continuar escribiendo frases que llegan a mi cabeza, que comienzan a mostrar una estructura de vida y pensamiento que comencé a tener desde muy pequeño, que se me repitió muchas veces, hasta instaurar una sensación de fuerza, violencia, estar precavido, sentirme fuerte pero a la vez desprotegido; comenzaba a vislumbrarse una incompletitud notoria, que tenía que ser llenada de alguna manera y fue así que aprendí que siendo violento, desafiante, quitándole el miedo al miedo, me podía parar frente al mundo y ser más visible, más notorio.

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