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Dice Aristóteles, “La dignidad no consiste en tener honores, si no en merecerlos” y agrega, “El hombre ideal asume los accidentes de la vida con gracia y dignidad, sacando el mejor provecho de las circunstancias”, Nelson Mandela, “Cualquier hombre o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará”, El Papa Francisco, “Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas.”, Ángela Merkel, “Cuando hablamos de dignidad humana, no podemos hacer concesiones”. Es interesante ver los observadores de pensadores y figuras públicas reconocidas a través de la historia, sobre su postura frente a la dignidad, si revisamos puntos clave en común de sus pensamientos encontramos, el merecimiento como parte de ser digno, la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, pero ¿en dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa?, ¿qué define esa dignidad propia?, ¿de dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? Es en este punto donde es válido poder analizar situaciones, eventos propios que demuestren la validez de todo lo mencionado y quizás allí encontremos las respuestas a las preguntas anteriormente mencionadas.

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