Читать книгу Incursiones ontológicas VII онлайн
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Hace más o menos cuatro años, con mi esposa -en esa época éramos todavía novios-, decidimos apostar a seguir creciendo juntos y compramos la casa donde actualmente vivimos. Es normal que en la cultura colombiana se haga una fiesta o invitación a los más allegados, para que en ese nuevo hogar se celebre su adquisición, pues así fue como organizamos una reunión con mis amigos del colegio en nuestra nueva casa. En esa época, las celebraciones en el grupo estaban rodeadas de mucho licor, lo cual permitía exacerbar el estado de felicidad y alegría de compartir juntos, pero, desafortunadamente, cuando indico mucho, era exceso, porque se rayaba en el límite del irrespeto por uno mismo, llegando a la pérdida de la conciencia de algunos de nosotros; esto, a mi esposa no le gustaba mucho, compartía con el grupo, pero no validaba la falta de un límite bebiendo licor. Fue así como organizamos la reunión, en donde definitivamente no iba tampoco a existir un límite en el tomar. La reunión fue transcurriendo y se comenzó a ver cómo, a cada uno de nosotros, se nos empezó a subir el licor a la cabeza; ya estábamos alicorados, mi esposa, al ver esto, decidió irse a la casa de una amiga y dejarnos en la celebración; el licor se terminó y con uno de mis amigos salimos, de manera irresponsable, a comprar más. Al regresar, encontramos un panorama no muy agradable, dos novias de ellos ya habían llegado a su límite de licor y lo devolvieron en el piso de la sala y en el baño, en el entretanto, llegó mi esposa a la casa y vio lo que sucedía; totalmente molesta, les dijo a las personas que intentaban buscar algo para limpiar, que usaran su propia ropa para hacerlo; su casa se respetaba, y como era de esperarse, con poca conciencia de lo que sucedía, mis amigos y sus novias alicoradas comenzaron a proferir comentarios desagradables y descalificadores hacia ella.