Читать книгу Un rayito de luz para cada día онлайн

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Catalina no lo dudó. Muchas vidas dependían de ella. Así, se dirigió a la estación. Para llegar, primero caminó dos kilómetros hasta otro puente sin barandas de 150 metros de largo sobre el río Des Moines. El solo hecho de cruzarlo de noche la hacía temblar. Cuando había recorrido unos metros, una fuerte ráfaga de viento le apagó el farol. Pero, a pesar del terror, el pensar en la gente del expreso le hizo sacar fuerzas de la nada y comenzó a cruzar el puente gateando, tanteando los durmientes. Las astillas comenzaron a lastimarle las rodillas y las manos. Era una carrera contrarreloj. Por fin Catalina pudo tantear que los durmientes tocaban tierra firme. Se paró y comenzó a correr a oscuras. Se cayó muchas veces, pero se levantaba y seguía corriendo, luchando contra el viento. A lo lejos divisó una lucecita proveniente de la estación. Con las pocas fuerzas que le quedaban, logró llegar y avisar del puente roto, justo cuando el silbato del expreso comenzaba a escucharse. Sin demora, el encargado de la estación agitó en medio de la vía un farol rojo para hacer detener el tren. Esa noche, Catalina salvó a trescientos pasajeros.

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