Читать книгу Un rayito de luz para cada día онлайн
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El pastor le dijo que la gente que vivía en ese sector del país era mala y peleadora. No obstante, Puringa estaba decidido. No fue fácil remar río arriba, soportando el arduo sol y los insectos. Pero Puringa nunca se hubiera imaginado la triste recepción de los habitantes de las aldeas.
–¡Vete de aquí! –gritaron–. Nosotros sabemos que eres de la Misión Adventista. Queremos seguir fumando y mascando nuez de areca. Queremos seguir comiendo cerdo y tener muchas esposas. ¡Fuera!
Con paciencia, Puringa les explicó que venía como un amigo, a contarles historias. Él no podía, ni quería obligar a nadie a creer en nada. Finalmente, los habitantes de las aldeas le permitieron quedarse, pero no como amigo, sino como un forastero. Esto significaba que Puringa tendría que comprar su comida, ellos no le darían nada.
Puringa no se desanimó. Oraba cada día, contaba historias, trataba de enseñar cantos. Trabajaba con amor, y mucha fe, pero sin resultados. Su dinero comenzó a escasear, y Puringa tuvo que vender primero su camisa, ¡y luego hasta sus pantalones! Todo para poder comer.