Читать книгу Un rayito de luz para cada día онлайн

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En ese tiempo no existía Internet. Lo mejor que podíamos hacer era tomar una hoja de papel y escribir a mano una carta. Yo escogía el papel más lindo que encontraba en la librería y escribía el mensaje de amor más tierno que salía de mi corazón. Para poder enviarla, la colocaba en un sobre, la sellaba y la llevaba a la oficina de correos para que fuese enviada de un país a otro. Esto no era instantáneo; tenía que esperar muchos días y hasta muchas semanas para poder recibir la respuesta.

Más emocionante que escribir y enviar las cartas, era el poder recibirlas. Cuando recibía una carta corría a algún lugar solitario para que nadie interrumpiera ese momento especial. Al abrir el sobre lo hacía con mucho cuidado, y aunque tenía prisa por leer cada una de sus palabras, lo hacía cuidadosamente para no romper ninguna de las hojas. Ellas me traían el mensaje de amor más esperado, bañado en tantos suspiros como respiros tenía.

Lo conocía desde hacía mucho tiempo; por eso, mientras leía sus cartas podía imaginarme su sonrisa, y mi corazón latía a cien por hora cuando leía que me amaba... me salían corazoncitos por los ojos. Estábamos separados por muchos kilómetros de distancia y, aunque no podía verlo, las cartas me ayudaron a creer que me amaba. Tenía la seguridad de sus palabras, y eso nos acercaba y mantenía unidos todo el tiempo que estuvimos separados.

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