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Imagino qué habrá sentido cuando escuchó decir que Jesús curaba a la gente. Esperanza, emoción y fe. Pero también vergüenza. Había mantenido su enfermedad en secreto tanto tiempo, y ahora, ¿tenía que decir frente a todos los seguidores de Jesús por qué quería ser curada? No podía aceptarlo, pero tampoco podía seguir viviendo esa vida infeliz y sin esperanza.

Y entonces, en su desesperación, nació la fe. Fe en que Jesús podía curarla. Y tanta fue su fe que creyó en que con solo tocar el manto de Jesús, podía ocurrir el milagro. Se estiró, en medio de la gente, deseosa de que acabase ya su lucha, su miseria. Y la fe ganó. Fe no en un trozo de tela, sino en el poder del mismo Maestro, el Sanador poderoso.

Jesús, que conoce tu necesidad aun antes de que pidas con fe, dijo a esa mujer: “¿Quién me tocó? Sentí que salió poder de mí”. Los ojos de la mujer buscaron tímidamente los ojos del Señor. Ahora sus ojos brillaban de salud, emoción y gratitud.

Cinthya

1º de febrero


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