Читать книгу Nuestro maravilloso Dios онлайн

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Hoy es un hecho generalmente aceptado en el ámbito de las ciencias sociales que la vida de una persona se ve afectada, no solo por los hechos que experimenta a diario, sino especialmente por la forma en que reacciona ante esos hechos, sobre todo, si son dolorosos.

Un ejemplo que ilustra bien esta gran verdad lo encontramos en el Nuevo Testamento, en la experiencia de Ana, la profetisa. Según la Escritura, Ana era una mujer de edad muy avanzada. “Había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Luc. 2:36, 37).

¿Te diste cuenta de lo que dice el texto anterior? Esta mujer perdió a su marido después de solo siete años de estar casada, y durante el resto de su vida había vivido sola. Sin embargo, no se había alejado de Dios; al contrario, había seguido orando y sirviendo en el Templo.

¿Qué permitió a Ana asimilar el golpe que significó la pérdida de su esposo? Esta buena mujer se contaba entre quienes “esperaban la redención de Jerusalén” (vers. 38). Es decir, en lugar de vivir mirando hacia atrás, hacia su pasado, Ana había puesto su esperanza en el futuro, en el día cuando la promesa del nacimiento del Mesías se cumpliría. ¡Y Dios le concedió ese privilegio! En el mismo momento en que Simeón tomaba al Niño en sus brazos y alababa a Dios, Ana se presentó y pudo contemplar al Redentor de Israel.

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