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El siguiente relato que narra el profesor Helmut Thielicke resulta muy iluminador al respecto (Life Can Begin Again, p. 83). Escribe Thielicke que, en una ocasión, fue testigo del interés especial que una enfermera mostraba por los pacientes que atendía. Él mismo había estado enfermo, y había podido comprobar de primera mano lo mucho que ella se esmeraba por cada enfermo. Durante veinte años, ella había realizado esa labor fielmente. Entonces Thielicke decidió preguntarle por qué lo hacía, y de dónde sacaba las fuerzas para realizarla, a pesar del sacrificio que su trabajo exigía.

–Pues, verá usted –respondió la enfermera, con una expresión radiante–, cada noche que trabajo le añade otra estrella a mi corona celestial. ¡Y ya tengo 7.175!

El chasco que sufrió el profesor Thielicke no pudo ser mayor. En un instante, tanto su admiración por la enfermera como su sentido de gratitud desaparecieron. Para esta mujer, los pacientes eran simplemente un medio para alcanzar un fin. Los veía, no como seres humanos en necesidad de ayuda, sino como estrellas que cada noche sumaba a su corona. ¡Y las tenía contadas: 7.175!

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