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¡Al parecer, esas cadenas estaban avergonzando a algunos! Por supuesto, no a Lucas, quien se mantuvo al lado del anciano apóstol hasta el final. Y tampoco a Onesíforo ( ver 2 Tim. 1:16, 17).

Si hay algo que nos enseña la triste experiencia de Demas, y de quienes desertaron en la hora difícil, es que en la carrera cristiana no es suficiente comenzar bien; también hay que terminar bien. ¿Cómo podemos lograr ese ideal? He aquí una fórmula imbatible: en primer lugar, no nos avergoncemos de la Cruz de Cristo; al contrario, digamos con el apóstol: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (vers. 12). En segundo lugar, “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús (Heb. 12:1, 2; énfasis añadido).

Oh, Demas, ¡cuán diferente habría sido tu final si, en lugar de poner tus ojos en el mundo, los hubieses puesto en Jesús, el Autor y Cnsumador de nuestra fe!

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