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Si tuvieras que darle nombre a la peor experiencia de tu vida, ¿cuál le pondrías?

Abraham se encontró exactamente en esa situación. Dios le había pedido que se trasladara a la tierra de Moria, y ahí ofreciera a Isaac, su único hijo, en holocausto. Cuando el anciano patriarca, cuchillo en mano, estaba listo para ejecutar la orden, “el ángel de Jehová lo llamó desde el cielo” con una contraorden: “No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo” (Gén. 22:12).

Dice la Escritura que cuando Abraham levantó la vista, “vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal”. Entonces, “Abraham tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (vers. 13). Seguidamente, “lleno de felicidad y gratitud, Abraham dio un nuevo nombre a aquel sitio sagrado” (Patriarcas y profetas, p. 131).

¿Cuál fue ese nombre? Jehová-jireh; que significa “Dios proveerá”.

Hay aquí una preciosa lección espiritual para nosotros. Durante tres días, Abraham había sido sometido a una prueba demasiado dura para expresar en palabras. Durante tres días, su mente debió haber sido el escenario de una verdadera batalla entre los más dispares pensamientos. Sin embargo, ¿qué nombre escogió para “bautizar el monte” donde por poco sacrifica a su único hijo? No lo llamó “El monte de mi agonía”; tampoco “El monte de mi prueba”, ni nada que le recordara su viacrucis. Lo llamó “Dios proveerá”.

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