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De estos dos poderes echó mano el rey David cuando, ya consolidado como rey de Israel, preguntó si había quedado algún descendiente de Saúl a quien él pudiera mostrar misericordia (2 Sam. 9:1-3). La práctica usual en aquellos tiempos de monarquías y dinastías era eliminar todo vestigio de la familia real depuesta. Pero David quiere hacer todo lo contrario.¿Por qué? Pues, ¡porque a él Dios lo había tratado con misericordia! Y porque, además, David nunca olvidó las promesas que había hecho, no solo a Jonatán, sino también a Saúl, en el sentido de no destruir su descendencia una vez que llegara al trono (ver 1 Sam. 20:12-15; 24:20-22).

¿Había algún descendiente de la casa de Saúl? Según el relato, sí: Mefi-boset, “un hijo de Jonatán, lisiado de los pies” (2 Sam. 9:3). Sin pérdida de tiempo, el rey envió a traerlo a su presencia. Temiendo por su vida, Mefi-boset se presenta en el palacio listo para escuchar su sentencia de muerte. Pero en lugar de su condena, escuchó: “No tengas temor”, le dijo David, “porque a la verdad yo tendré misericordia contigo por amor de Jonatán tu padre. Te devolveré todas las tierras de tu padre Saúl, y tú comerás siempre a mi mesa” (vers. 7). ¡Mejor, imposible! Viviría en la casa del rey y comería a su mesa, “como uno de los hijos del rey” (vers. 11); aunque era lisiado de los pies.

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