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Por supuesto, estas son solo suposiciones. Sin embargo, hay otra pregunta que conviene considerar: así como existe la posibilidad de que un enfermo no quiera ser sanado, ¿podría darse el caso de un pecador que no desee ser perdonado? La respuesta es, de nuevo, sí; porque el perdón tiene implicaciones. Una de ellas es que el pecador perdonado debe cambiar el rumbo de su vida, y ¿cuántos están dispuestos a cambiar?

Este punto nos trae de regreso al caso del paralítico de Betesda. Según el relato bíblico, después de haber sido sanado, Jesús lo encontró en el Templo. ¿Qué le dijo el Señor, entonces? “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Juan 5:14). En otras palabras, la enfermedad del hombre había sido producto de una vida de pecado. ¿Habrá sido esta la razón por la que el Señor le preguntó si deseaba ser sanado? Ser sanado significaba que se abría la posibilidad de volver a la vida antigua, la clase de vida que lo había llevado a su deplorable condición. ¿Deseaba él eso?

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