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II. Regresar al amor
Hija del amor. Has de saber que reconocer algo con la mente pensante y aceptarlo como una verdad que es parte de tu ser son dos cosas diferentes. Por eso es que hemos recorrido un camino que toca tu corazón y tu mente. Nosotros, los ángeles de Dios, aquellos que por designio del Padre traemos ante ti la voz del Cristo viviente, sabemos que no existe tal cosa como un corazón y una mente, sino que ambas son una única realidad espiritual que reside dentro de lo que se ha dado a llamar el alma humana. Usamos la distinción de palabras mente y corazón porque integramos el lenguaje de la separación, que es el que surge de la torre de Babel, y lo transformamos en un nuevo lenguaje, el lenguaje de la unidad.
Estás en perfectas condiciones de no perderte en los símbolos. Es decir, en poder reunir aquello que la separación pretendió separar y llevarlo al centro del universo, que es el corazón de Dios, o centro de la unidad universal. Ese centro, o “lugar”, existe.
Cuando hablamos de tu realidad divina, es decir, de la verdad que eres, estamos hablando de algo que el lenguaje humano no puede describir pero que sin embargo sí que puede ponerle palabras. Esas palabras que hemos utilizado a lo largo de la historia para describir lo indescriptible sirven al propósito de la verdad. No hay necesidad de obliterar el lenguaje humano para dirigir la mente y el corazón hacia el cielo. Pronuncia la palabra amor, con toda tu alma, toda tu mente y corazón, luego quédate en silencio y experimentarás el misterio de la vida. Pronuncia la palabra Dios. Quédate en silencio y verás lo que ocurre en tu corazón.