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Hoy viven juntas bajo un solo nombre: Ragusa. Sin embargo estuvieron separadas por la historia, la geografía y su estructura social. Las rivalidades se manifestaron hasta en la propia religión católica, cuya fe profesaban ambas. Los ibleos, encabezados por su patrón San Jorge, a la sombra del dragón agonizante, miraban hacia la colina más elevada y, con recelo, a San Juan, “el bautista”, patrono de los ragusanos.
Estaban unidas por una escalera que los pobladores recorrían diariamente. En la entrada a cada ciudad, el visitante debía reverenciar al Santo de la ciudad a la que arribaba. “¿Cu vivva? ¿San Giuegi o San Giuanne? (¿Quién vive? ¿San Jorge o San Juan?)”. Éstas eran las preguntas, casi obligatorias, formuladas por jóvenes apostados ocasionalmente al ingreso de cada localidad hacia quienes arribaban. Vivar al santo de la ciudad vecina era el peaje que se debía tributar para poder entrar en ella.
A pocas cuadras del ingreso a Ragusa Superior, en el número 63 del Corso Vittorio Emmanuele II (hoy Corso Italia 13), vivía Don Giovanni Cirnigliaro con su familia. Era oriundo de Vizzini, pequeña ciudad entre Ragusa y Catania, desde donde tuvo que emigrar con apenas siete años. Su padre y su madre fallecieron víctimas del cólera, una epidemia que asoló esa región a mediados del siglo XIX. Acompañado por su hermano Salvatore, apenas dos años mayor que él, viajaron a la casa de una tía ragusana. Dejaron atrás el horror que les produjo, no sólo la muerte de sus padres, sino las propias circunstancias vividas.