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De la unión de Giovanni y Rosa, nacieron cuatro hijos, Giovanni Paolo, Salvatrice - la única mujer -, Francesco y Angelo. El progenitor, con las escasas liras provenientes de su esfuerzo diario, debía criar y alimentar a todos. Los sufrimientos de su niñez y las propias dificultades de una vida dura, moldearon su espíritu melancólico y taciturno. Dueño absoluto de sus profundos silencios, conducía su familia férreamente. Sus firmes convicciones socialistas no le impidieron ambientar su hogar en una sólida cultura católica, donde diariamente bendecía la mesa que reunía a la familia. Sus hijos besaban su mano y pedían su bendición cuando regresaban de la misa dominical, sólo si habían comulgado.
En el verano solía contemplar extasiado, desde una silla en la vereda de su casa, cómo se extinguían los atardeceres ensolerados de esa ciudad que le dio todo cuanto poseía. Lo acompañaba una vieja pipa de su padre que logró rescatar a duras penas de la furia de los sanitaristas de Vizzini. En medio del humo que se elevaba lentamente, Giovanni pensaba mientras caía la noche y esperaba a sus hijos que regresaran a casa para cenar y dormir.