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La posesión de Sicilia, punto neurálgico del mar Mediterráneo, fue considerada siempre como un elemento invalorable en la cultura de la guerra. En las consideraciones y estrategias geopolíticas de los pueblos guerreros, su conquista jugaba un papel clave para la expansión. También tuvo una incidencia fundamental como sostén de las rutas comerciales para los mercaderes orientales, occidentales y africanos. Por ello, tuvo que sufrir el dolor de tantas invasiones, por lo que sus habitantes eran desconfiados, pero unidos en la defensa común de tantos agravios producidos por la historia de la prepotencia y la barbarie. Hasta el rasgo más peyorativo que le asignan los imperios, la mafia, nació para defender sus patrimonios, sus pertenencias, sus mujeres y sus hogares de las pretensiones de los invasores. Sus habitantes se forjaron, entonces, al influjo de códigos propios, secretos, cautelosos y de conductas netamente defensivas.

El patriotismo acendrado del siciliano ruge como un león herido de muerte. Los invasores históricos, entre los que se cuentan los propios italianos, cebaron su sed de venganza. Siempre acechados por el invasor y siempre al acecho. Jamás con resentimiento, pero sí con un indisimulado espíritu de oportunidad para asestar un golpe efectivo.

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