Читать книгу 522 онлайн

21 страница из 66

El padre de Iannusso, don Vincenzo Stefano, había emigrado a Argentina diez años atrás y había fallecido, atropellado por un carruaje, en una calle cercana al puerto de Buenos Aires. El amigo de Ciccio estaba desempleado y sin oportunidades. Corría de un lado al otro haciendo changas, y lo que ganaba no le alcanzaba para vivir. Su madre Concetta, viuda de Vincenzo, bordaba y junto a Iannusso llevaban una vida noble y austera. La falta de recursos había obligado al matrimonio a limitarse a un solo hijo. “Mi joya”, “il mio Ianusso” (mi Juancito), como llamaba a Giovanni Stefano doña Concetta Gianni, originaria de Catania.

Pese a la diferencia de edad, Ianusso y Ciccio eran amigos del barrio. Se encontraban de noche en las esquinas de sus casas. Hacían ronda esperando que se iluminen las veredas con el nuevo alumbrado público, como signo de las esperanzas venideras. Las lámparas de mercurio venían a reemplazar a las antiguas luminarias alimentadas con aceite. “I lummi” (los faroles), como se les llamaba entonces. Esa luz mortecina, débil y tenue, que había sido capaz de albergar las figuras de transeúntes nocturnos, agigantándolas, llegaba a su fin.

Правообладателям